Bienaventurados los imbéciles,
porque de ellos es el reino de la tierra
El sol. Cómo estar sentado en un parque y no decir
nada. La una y media de la tarde. Camino caminas. Caminar con un amigo y mirar
a todo el mundo. Cali a estas horas es una ciudad extraña. Por eso es que digo
esto. Por ser Cali y por ser extraña, y por ser a pesar de todo una ciudad
ramera.
-Mirá, allá viene la negra esa.
-Francisco es así, como esas palabras, mientras se
organiza el pelo con la mano y espera a que pasa ella. Ja! Ser igual a todo el
mundo.
Pasa la negra-modelo. Mira y no mira. Ridiculez.
Sus 1,80 pasan y repasan. Sonríe con satisfacción. Camina más allá y ondula
todo, toditico su cuerpo. Se pierde por fin entre la gente, ¿y queda pasando
algo? No nada. Como siempre.
(Odiar es querer sin amar. Querer es luchar por
aquello que se desea y odiar es no poder alcanzar por lo que se lucha. Amar es
desear todo, luchar por todo, y aún así, seguir con el heroísmo de continuar
amando. Odio mi calle, porque nunca se rebela a la vacuidad de los seres que
pasan por ella. Odio los buses que cargan esperanzas con la muchacha de al
lado, esperanzas como aquellas que se frustran en toda hora y en todas partes,
buses que hacen pecar con los absurdos pensamientos, por eso, también detesto
esos pensamientos: los míos, los de ella, pensamientos que recorren todo lo que
saben vulnerable y no se cansan. Odio mis pasos, con su acostumbrada misión de
ir siempre con rumbo fijo, pero maldiciendo tal obligación. Odio a Cali, una
ciudad que espera, pero que no le abre las puertas a los desesperados)
Todo era igual a las otras veces. Una fiesta. Algo
en lo cual uno trata desesperadamente de cambiar la tediosa rutina, pero nunca
puede. Una fiesta igual a todas, con algunos seductores que hacen estragos en
las virginidades femeninas… después, por allá… por Yumbo o Jamundí, donde usted
quiera. Una fiesta con tres o cuatro muchachas que nos miran con lujuria mal
disimulada. Una fiesta con numeritos que están mirando al que acaba de entrar,
el tipo que se bajó de un carro último modelo. Una fiesta con uno que otro
marica bien camuflado, y lo más chistoso de todo es que la que tiene al lado
trata inútilmente de excitarlo con el codo o con la punta de los dedos. Una
fiesta con muchachas que nunca se han dejado besar del novio, y que por
equivocación son lindas. Y también con F. Upegui que entra pomposamente, viste
una chaqueta roja, hace sus poses de ocasión y mira a todos lados para
mirar-miradas. Una fiesta con la mamá de la dueña de casa, que admira el baile
de su hijita pero la muy estúpida no se imagina si quiera lo que hace su
distinguida hija cuando está sola con un muchacho, y le gusta de veras. Una
fiesta donde los más hipócritas creen estar con Dios, maldita sea, y lo que
están es defecándose por poder amachinar a la novia de su amigo… piensan en
Dios y se defecan con toda calma mientras piensas en poder quitársela.
Sí, odio a Cali, una ciudad con unos habitantes que
caminan y caminan… y piensan en todo, y no saben si son felices, no pueden
asegurarlo. Odio a mi cuerpo y mi alma, dos cosas importantes, rebeldes a los
cuidados y normas de la maldita sociedad. Odio mi pelo, un pelo cansado de atenciones
estúpidas, un pelo que puede originar las mil y una importancias en las fuentes
de soda. Odio la fachada de mi casa, por estar mirando siempre con envidia a la
de la casa del frente. Odio a los muchachitos que juegan fútbol en las calles,
y que con crueldades y su balón mal inflado tratan de olvidar que tienen que
luchar con todas sus fuerzas para defender su inocencia. Sí, odio a los
culicagados que cierran los ojos a la angustia de más tarde, la que nunca se
cansan de atormentar todo lo que encuentra… para seguir otra vez así: con todo
nuevamente, agarrando todo, todo !. Odio a mis vecinos quienes creen
encontrar en un cansado saludo mío el futuro de la patria. Odio todo lo que
tengo de cielo para mirar, sí, todo lo que alcanzo, porque nunca he podido
encontrar en él la parte exacta donde habita Dios.
Conozco un amigo que le da miedo pensar en él,
porque sabe que todo lo de él es mentira, que él mismo es una mentira, pero que
nunca ha podido –puede- podrá aceptarlo. Sí, es un amigo que trata de ser fiel,
pero no puede, no, lo imposibilita su cobardía.
Odio a mis amigos… uno por uno. Unas personas que
nunca han tratado de imitar mi angustia. Personas que creen vivir felices, y lo
peor de todo es que yo nunca puedo pensar así. Odio a mis amigas, por tener
entre ellas tanta mayoría de indiferencia. Las odio cuando acaban de bailar y
se burlan de su pareja, las odio cuando tratan de aparentar el sentimiento
inverso al que realmente sienten. Las odio cuando no tratan de pensar en estar
mañana conmigo, en la misma hora y en la misma cama. Odio a mis amigas, porque
su pelo es casi tan artificial como sus pensamientos, las odio porque ninguna
sabe bailar go go mejor que yo, o porque todavía no he conocida ninguna de 15
años que valga la pena para algo inmaterial. Las odio porque creen encontrar en
mí el tónico ideal para quitar complejos, pero no saben que yo los tengo en
cantidades mayores que los de ellas… por montones. Las odio, y por eso no se lo
dejo de hacer porque las quiero y aún no he aprendido a amarles.
No sé, pero para mí lo peor de este mundo es el
sentimiento de impotencia. Darse cuenta uno de que todo lo que hace no sirve
para nada. Estar uno convencido que hace algo importante, mientras hay cosas
mucho más importantes por hacer, para darse cuenta que se sigue en el mismo
estado, que no se gana nada, que o se avanza terreno, que se estanca, que se
patina.
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no poder uno multiplicar talentos, estar uno convencido que está en este mundo
haciendo un papel de estúpido, para mirar a Dios todos los días sin hacerle
caso.
¿Y qué? ¿Busca algo positivo uno? ¿Lo encuentras?
Ah, no. Lo único que hace usted es comer mierda. Vamos hombre, no importa en
que forma se encuentra su estómago, piense en su salvación, en su destino, por
Dios, en su destino, pero esta bien, eso no importa. ¿Qué no? Vea, convénzase:
por más que uno haga maromas en esta vida, por más que se contorsione entre las
apariencias y haga volteretas en medio de los ideales, desemboca uno a la misma
parte, siempre lo mismo… lo mismo de siempre. Pero eso no importa, no lo tome
tan en serio, porque lo más chistoso, lo más triste de todo es que UD. Se puede
quedar tranquilamente, s u a v e m e n t e, d e f e c á n d o s e, p
u d r i é n d o s e, p o c o a p o c
o, t ó m e l o c o n c a l m
a… ¡Calma! ¡Por Dios, tómelo con calma!
Odio la avenida sexta por creer encontrar en ella
la bienhechora importancia de la verdadera personalidad. Odio el Club Campestre
por ser a la vez un lugar estúpido, artificial e hipócrita. Odio el teatro
Calima por estar siempre los sábados lleno de gente conocida. Odio al muchacho
contento que pasa al lado que perdió al fin del año cinco materias, pero eso no
le importa, porque su amiga se dejó besar en su propia cama. Odio a los maricas
por estúpidos en toda la extensión de la palabra. Odio a mis maestros y sus
intachables hipocresías. Odio las malditas horas de estudio por conseguir una
maldita nota. Odio a todos ellos que se cagan en la juventud todos los días.
¿Es que sabes una cosa? Yo me siento que no
pertenezco a este ambiente, a esta falsedad, a esta hipocresía. Y ¿Qué hago? No
he nacido en esta clase social, por eso es que te digo que no es fácil salirme
de ella. Mi familia está integrada en esta clase social que yo combato, ¿Qué
hago? Sí, yo he tragado, he cagado este ambiente durante quince años, y, por
Dios, ahora casi no puedo salirme de él. Dices que por qué vivo yo todo
angustiado y pesimista? ¿Te parece poco estar toda la vida rodeado de
amistades, pero no encontrar siquiera una que se parezca a mí? No sé que voy a
poder hacer. Pero a pesar de todo, la gloria está al final del camino, si no
importa.
La odio a ella por no haber podido vencer a su
propia conciencia y a sus falsas libertades. La odio porque me demostró
demasiado rápido que me quería y me deseaba, pero después no supo responder a
estas demostraciones. La odio porque no las supo demostrar, pero ese día se fue
cargando con ellas para su cama. Yo la quiero muchacha estúpida, ¿no se da
cuenta? Pero apartándonos de eso la odio porque me originó un problema el
berraco y porque siempre se iban con mis palabras, con mis gestos y mis
caricias, con todo… otra vez para su cama. Pero, tal vez, para nosotros exista
otra gloria al final del camino, si es que todavía nos queda un camino… quién
sabe…
Odio a todas las putas por andar vendiendo
añoraciones falsas en todas sus casas y calles. Odio las misas mal oídas… Odio
todas las misas. Me odio, por no saber encontrar mi misión verdadera. Por eso
me odio… y a ustedes ¿les importa?
Sí, odio todo esto, todo eso, todo. Y la odio
porque lucho por conseguirla, unas veces puedo vencer, otras no. Por eso la
odio, porque lucho por su compañía. La odio porque odiar es querer y aprender a
amar. ¿Me entienden?. La odio, porque no he aprendido a amar y necesito de eso.
Por eso odio a todo el mundo, no dejo de odiar a nadie, a nada…
A nada
A nadie
Sin excepción!
Tomado de
“Destinitos Fatales”
Andrés Caicedo Estela
Andrés Caicedo Estela

excelente recomendación de una preciada visita :-)
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