domingo, 31 de agosto de 2014

Segunda pregunta

“Un monstruo me persigue. Yo huyo. Pero es él quien tiene miedo, es él quien me persigue para pedirme ayuda”
Alejandra Pizarnik

 Son impresionantes las sensaciones que vuelven a despertar en mí, no sé cómo expresarlas, ni cómo explicarlas –quizás esto último es lo que menos me interese– sin embargo no cae en mí la duda de que esto que va sucediendo en mi vida cambiará de manera diametral los planes o imaginarios que concebía sobre mí en un futuro.

Mi Soledad ha sido compañera de años y años en mi vida, no es algo procurado sin embargo es quien se ha allegado a mi ser, y ahora que la veo invadida, la veo incómoda y exigiendo quizá el resquicio de libertad que tenía me pregunto si deseo seguir con ella así por el resto de mi vida. Hace unos días me comentabas que tenía que hablar con Janet sobre qué le pasaba con sus reacciones, sobre cómo estábamos llevando nuestra amistad y plantear de manera clara la situación nueva en la que ahora me encuentro (al menos esto es lo que entendí, te he de confesar). De aquí me han surgido muchas dudas, pues de repente me vi armando el diálogo soliloquio y terminé cuestionando a Soledad, quien de primera vista no habría tenido que ver en este vaivén de actitudes y malentendidos, y que sin embargo es la principal promotora de mi inseguridad y de esa gran incapacidad de decir NO.

Para serte sincera me sigo preguntando ¿Qué quiero?, no sé respuestas precisas por el momento, sin embargo si te puedo adelantar que no quiero compartir mi neurosis contigo, no quiero que la cargues, no te toca, ni siquiera tendría que estarla cargando yo. No quiero transmitirte ni descargar en ti los miedos que durante años y experiencias me han dejado dolida y triste, melancólica y dubitativa. No quiero que seas parte de ese mundo de miedos que me llena día y noche y que lleva más de 6 años alimentando mi espacio.

Tampoco quiero saberme tu vida al dedillo, no necesito comprender por qué eres como eres, al menos no todo aquello que deviene de pasados dolorosos. Quiero curar tus heridas, es cierto, pero no siempre debo saber las causas concretas, pues eso me genera problemas, tengo inseguridades  tan grandes que mi confianza se abruma y se esconde. Me has sido sincero, lo admiro y lo agradezco, y por ende sé en parte a qué le estoy entrando, a que me arriesgo, y lo elijo por ganar, y ganar para mí, ahora es estar a tu lado, compartir caminos y vida.

Elijo compartirme, quiero estar contigo, pero me queda la gran desconfianza del abandono, te soy sincera y lo siento, me aterra el despertar y no saber más de ti, no sé dónde encontrarte, no sé dónde estarás mañana, no sé bien a bien quien eres más allá de quien eres conmigo. Estoy aterrada. Te creo ciegamente cuando me dices que me amas, es recíproco, pero entiende tanto que siento y no tengo la más chingada idea de cómo se aminoran esas sensaciones. Sí, soy como un ñú en estampida, eres un león que corre tras de mí y no quiero huir pero no sé cómo parar.

Te pido paciencia, apoyo, comprensión, mucho cariño (no soy la feminazi agria y amargada que creíste en Santo Domingo) soy cariñosa, aunque sea una zarigüeya (no soy mamut) tengo sentimientos. No estoy acostumbrada a negociar porque nunca en mi vida he tenido que negociar nada, nunca he querido ceder mi espacio y cuando lo hice las cosas resultaron demasiado mal, ya sabes.

No cedo espacio, lo comparto, es tuyo pues ceder en cierto modo implica una renuencia y yo no la tengo, quiero estar contigo, y espero tu respuesta, ya van dos respuestas que me debes.